De solsticios y equinoccios

por Ernesto Palner

«Cuando no tengas certezas, 
asómate al firmamento,
verás lo que allí perdura,
lo demás,
es polvo al viento»

                             Ramón Gutiérrez Hernández

Bastante antes de los 20 sonó la campana

y le sacaron el banquito.

A los 24, ya quedó al garete.

Buscó faros, guías, señales,

las diseccionó, desmenuzó,

dudó, eligió, y como pudo,

avanzó.

Llegando a los 30 se afirmó,

tenía la seguridad de que estaba haciendo todo más que bien,

seguro, contundente,

quizás fundamentalista.

Apenas pasada la mitad de la tercera década

empezó a perder certezas,

entró en pánico.

Los 40 los tomó con esas certezas perdidas ya asumidas,

pero remó, remó,

y remó…

Llegando a los 50 ya se relajó,

separó los tantos,

y gozó.

Mucho y como nunca, gozó.

A los 60 vinieron las desilusiones

como baldazos.

Comprendió la atención y los silencios de los mayores,

lo intransferible de la experiencia recogida,

la lógica soledad,

el tiempo perdido,

la decepción,

el dolor.

Al fin supo como se terminan las ganas, las fuerzas,

supo como se asume la realidad,

y como cae, irremediable,

la noche.