Un Viaje en Moto

Primer día

Jueves 7/11/19

Comencé el viaje saliendo de Mar de Ajó a las 5am, con 5 o 6 grados de temperatura, dormí 3 horas aproximadamente, ansiedad, ganas, miedito tal vez, algo de eso, o todo junto.

Primera parada, recorridos los primeros 143 Km., fue en Las Armas, revisé el equipaje, todo atado y bien atado, a seguir camino.

La segunda parada fue a 269 Km. de la partida, en la YPF de Tandil, solamente cargué nafta. Soplaban ráfagas de viento por los cuatro lados antes de llegar, y un largo rato después de haber pasado esa ciudad. Si el viento viene de tu derecha cuando vas viajando en moto, no pasa nada, vas un poco escoradito pero se banca, pero cuando viene de la izquierda y cruza en sentido contrario un camión o micro… ja, se te llena el alma de preguntas…

Dejadas por suerte las retóricas preguntas unos kilómetros atrás, llegué y almorcé en la YPF de Bolívar, cuando salgo de comer, al lado de la moto estaba estacionada una camioneta de la firma de camping y pesca Weekend, la conducía un viajante de esa empresa, me dijo que su nombre es Néstor, es de Junín, tiene 39 años, pero antes de darme sus datos filiales, me preguntó de donde vengo y hacia donde voy, después me siguió contando que fue motero de joven, hasta de noche salían a viajar, salían del trabajo y a la ruta, salían a pescar, salían a una fiesta, a donde sea con la moto, pero después tuvo un hijo y vendió la moto, pero que estaba seguro que cuando tenga mi edad, o antes, (se corrigió sin miedo a ofenderme…) hará lo mismo que yo… jua.

Como salí muy temprano de Mar de Ajó, y venía bien con los horarios y la claridad del día, decidí pasar de largo por Pehuajó, donde tenía pensado dormir, y seguir hasta Gral. Villegas que estaba 142 Km. más adelante, calculando la velocidad que venía haciendo de promedio llegaría todavía con luz natural.

Recorrí el primer día 735 Km. en el lapso de 12 horas, tratando de parar a cada hora de viaje, pero por diferentes motivos, que viajando en moto esos motivos pueden ser cargar nafta, comer, ver que esté todo el equipaje en su sitio, hasta los motivos más sencillos como son acomodarse los auriculares, rascarse la cintura ahí, justo ahí, en el lado derecho, o fijarse quien te mandó ese mensaje que escuchaste hace unos minutos, y sí, se termina parando a cada rato. Casi todo lo que viajando en un auto se hace sin detener la marcha, y si no estás muy convencido de que haya otra vida después de ésta, mejor apearse y atender lo que acontezca. En General Villegas dormí en el Hotel Antonini que está sobre la ruta 226, $ 800 la habitación, digamos que está bien, muy económico, casi un camping, pero con la comodidad de tener la moto estacionada en la puerta, y si el ventilador de techo que hacía movimientos oscilantes muy extraños, no decidía aterrizar esa noche sobre mi humanidad, estaba todo más que bien. Digamos que por suerte, el susodicho artefacto siguió su vuelo errático sin ninguna molestia. Cené en La Parrilla, un restaurante típico de ruta que estaba casi pegado al hotel, lugar de viajantes y camioneros donde comí muy bien, y luego del postre, y de mi primer día al fin, del tan ansiado viaje en moto, al sobre.


segundo día

Segundo día

Viernes 8/11

Salida de Villegas a las 8 en punto, un vistazo a la moto, cambié de lugar los bolsos estancos, puse uno arriba del otro de tal forma que sirvan a su vez de respaldo, cambio que luego en la marcha pude comprobar que de esa manera es mucho más cómodo, y ahora sí, a la pura ruta.

La primer parada de este segundo día de viaje fue en la YPF de Realicó, al rato estacionó al lado mío un motero de Trenque Lauquen, con una Dominar 400, empezó diciendo que su moto es un fierrazo, que le costó no se cuánto dinero, que rompió una Kawasaki y dejó un ojo en el arreglo, que por supuesto tiene no sé que auto, pero las motos le gustan, que piensa vender las dos motos y comprarse una… sarasasasa sarasasese… ya entre tantos billetes y billetes que revoleaba este personaje busqué la manera, que en estos casos no me cuesta nada, de seguir con lo mío, cargué nafta, decidí la ruta, y arriba con los faroles. Con el psico-casco conectado, de lo que menos me interesa hablar, ni pensar, es justamente en don, don, don dinero. Por el contrario, la mayoría de los pensamientos,  rondan en como aprovechar y vivir la vida sin caer en la trampa de juntar, por juntar nomás…, billetes y más billetes.

Remonté rumbo hacia el norte por la ruta 35 que se encontraba en plena restauración, con el pavimento como recién arado, con infinitas rayas de diferentes grosores y profundidades paralelas a la cinta asfáltica. La moto se ladeaba en esas rayas de un lado al otro, y con el viento empujando desde el costado izquierdo, se puso bastante feito, pero fueron unos pocos kilómetros, y al fin pasó el tembladeral.

Terminado el trayecto de la arada 35, llegué a la ruta 7 para ir de Vicuña Mackenna hasta San Luis, esta ruta estaba en perfecto estado, en parte autopista doble carril. Luego pude comprobar que todas las rutas por las que anduve en San Luis estaban impecables. Me llamó la atención en este trayecto cruzar un par de autos con patente francesa. Al parar a cargar nafta justo coincidí con uno de ellos, y al rato llegaron dos más, eran parte de un Raid que atravesaban los Andes con autos de los años 60/70. Uno de esos autos era marca  Volvo, con un motor que sonaba de maravilla, en el que viajaba un matrimonio. Los otros eran un BMW y un Peugeot 403 en el que iban solamente sus conductores. Todos estos franceses eran gente de 70 o más años, y por lo que mostraban sus caras estaban disfrutando como chicos de su aventura. Cada vez confirmo más que siempre jugar hace bien, a la edad que sea, y ojalá todos tengamos la posibilidad de hacerlo cuando se nos den las reverendísimas ganas, o para decirlo más claro, las reputísimas ganas.

Almuerzo en la Shell de Villa Mercedes, o por ahí cerca. Aprovechando Internet para decidir por una cabaña en Potrero, donde pensaba hacer base y quedarme unos días, confirmé la reserva con la que me contestó primero y de muy buena manera, lo que auguraba al menos una buena atención. Ya tenía un lugar reservado, y con una piscina que iba a recibir mi cansada osamenta…  Había estacionado la moto justo delante de mi mesa para tenerla a la vista, ella y yo nos mirábamos mutuamente, y en ese almuerzo la bauticé, en homenaje al Quijote, con el bello nombre de Motante –por aquello de Rocinante… Rocín, antes…-

Llegué a Potrero de los Funes a las 16, demoré 8 horas para 465 Km., a 90/100 km/h con viento a favor la mayor parte del viaje, Cabañas Valle del Sol, su dueño se llama Matías, el valor por noche $ 1.000, un complejo chico muy bonito, en un valle con vista a las sierras, pileta y súper limpio, todo perfectirigillo.

Cena, tostadas con tomate y queso, cerveza.

Estaba en mi primer destino…, durmiendo en medio de las sierras…, y Motante, después de haber galopado en dos días un poco más de 1.200 Km… soportando a su veterano jinete en el lomo… descansando en un sitio seguro.

¡Salud!


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Tercer día

Sábado 9/11

Después de dos días seguidos de cabalgata, a darle respiro a Motante, y a los músculos glutógenos. Encaré una caminata recorriendo Potrero de los Funes, un pueblo serrano con su parte antigua y otra más moderna muy bonito, limpio y cuidado, que se reparte alrededor de un dique pequeño de aproximadamente 6 Km. de perímetro, lo único que desentona entre tanta belleza es un circuito de carreras callejero, que rodea todo el dique, y que si bien le trajo mucho desarrollo al pueblo hoy se encuentra un tanto descuidado nublando un poco la visión general. Luego de la caminata, unas brazadas en la pileta para seguir acomodando la carrocería, almuerzo con ensalada de atún, lechuga, tomate, queso, cerveza, y luego…, siesta.

A la tarde, estuve hablando con el dueño del complejo de cabañas, Matías, que tendría unos 45 años, me comentó que era de Buenos Aires, y después de recibirse de profesor de educación física, estuvo viviendo un año en París perfeccionando su francés, luego vivió un tiempo en Mar del Plata, para instalarse desde hacía 15 años en Potrero de los Funes. Arrancó alquilando las 2 ó 3 bicicletas de mountain-bike que había traído desde Mar del Plata, al poco tiempo ya tuvo una flota bastante grande, y como en el pueblo no existía una reglamentación municipal para el alquiler de bicis, él fue el encargado de hacerla y es la que se encuentra aún vigente. Cuando tenía bastante bien armado el negocio, apareció una persona si no recuerdo mal de algún lugar de Mendoza, que le compró el fondo de comercio con todas las bicicletas incluidas, para montarlo en otro pueblo. Matías, con ese dinero emprendió el complejo de cabañas donde hoy vive con su pareja y sus hijos. Historias de gente imaginativa, que trabajan, se mueven, tuvieron su preparación, su oportunidad, siguen con la misma inercia, y contagian las ganas de encarar proyectos.

Luego, revisada general a Motante, control de aceite, engrasé la cadena, limpieza de casco y parabrisas, y todo pronto pa’las rutas.

A eso de las 17 salí con la moto hacia un recorrido que me recomendó Matías, subiendo una sierra por camino de ripio desde Potrero hacia Estancia Grande, con unas vistas hermosas hacia el pueblo y sus valles. Nunca había viajado con Motante por ripio, me sorprendió como se agarra al camino, no derrapa, frena perfecto, un placer enorme. Durante ese circuito, se ven diferentes senderos para ciclistas y para caminantes, que se internan entre las sierras y arroyos de la zona, con mucha gente disfrutándolos. Por supuesto también gente que anda viajando en moto, con los cuales el saludo casi eufórico haciendo luces y poniendo los dedos en V, cosa continua en todo el viaje, es un incentivo como para pensar que no se está tan sólo en esta historieta.

Ya estaba volviendo a Potrero, pero antes seguí un camino que indicaba hacia la Quebrada de los Cóndores, una ruta de asfalto, curvas, curvas y más curvas para meter velocidad, y donde de repente tenía la imagen de esas películas italianas de los años 60, con este tipo de rutas, la señorita de rigor aferrada a mis espaldas, con sus hermosas curvas ella acordes a la situación, en un viaje onírico interminablemente hermoso, curvas paquí, curvas pallá, paquí, pallá, y así… Ya despierto, seguía no sé como conduciendo a Motante, que ya debe tener piloto automático y no me enteré… llegué al punto más alto de la Quebrada. La vista desde ahí, aparte de los cóndores planeando lentamente mucho más alto que los demás pájaros, con paisajes de valles y sierras por doquier, es hacia la ciudad de La Punta, lugar que hasta hace unos años era un desierto, y donde luego se fundó y levantó esta ciudad por un grupo de grandes empresas, entre ellas la tan incierta Mercado Libre. Desarrollo, producción, negociados, beneficios exclusivos, retornos con olor a podrido, todo eso, en este egoísta viaje… prefiero dejarlo pa’después…

Y si esto fuera poco,

Tengo mis cantos

Que poco a poco

Muelo y rehago

Habitando el tiempo,

Como le cuadra

A un hombre despierto.

Soy feliz,

Soy un hombre feliz,

Y quiero que me perdonen

Por este día

Los muertos de mi felicidad.

                                        -Silvio Rodríguez-

Vuelta a la cabaña, cena, misma cerveza, y… bona nit.


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Retornando anque concluyendo

Resumiendo, fueron 12 días intensos. Cuando un viaje sale bien, se siente haber vivido en esos días lo que no se vivió durante muchísimo tiempo, como si hubiéramos estado todos los minutos del día absorbiendo experiencias, vivencias, etc., que después haciendo el resumen tenemos la sensación de que en esos días vivimos lo que en la vida cotidiana no vivimos en años…

En este primer viaje en moto me encontré con una San Luis que no imaginaba, desde los paisajes, el estado de las rutas, de los pueblos, los puntanos siempre atentos y con una sonrisa, un lugar que es para volver y disfrutar más detenidamente, para conocer mejor, desde Potrero de los Funes, Trapiche, San Francisco del Monte de Oro, La Punta, Nogolí, La Carolina, hasta la cambiadísima Merlo. Por el lado de Córdoba, recorriendo Cura Brochero, Nono, Mina Clavero y alrededores, encontré otro panorama, un poco abandonado y no tan cuidado como sus vecinos, junto con caras un tanto alargadas…,  olvidada la sonrisa y la buena atención…, seguía en la lastimada Argentina de hoy, lo de los puntanos es de otro continente…

Arriba de Motante, quizás por estar en constante cambio junto con el clima y la vegetación, es otra la visión general de todo, como también la de los paisajes. Los momentos no tan felices, las asperezas de esta mundana vida, y otros menesteres… parece que pasan por arriba del casco y siguen su ruta, se toma nota de todo, pero se atiende cada cosa a su tiempo… Por momentos se pone incómodo, frío, mojado, cansador eso de estar parando a cada rato por diferentes motivos, pero en el balance general, es estar vivo, y es hermoso. Y si parece que estuviera hablando de la vida misma… pues algo así es.

Lo más bravo que tocó vivir en este periplo, fue a los pocos kilómetros de salir de Merlo. Se veían unas nubes no muy amables en el belo horizonte…, empezaron las primeras gotas…, paré a ponerme los guantes de neoprene y las chalupas, protegí el bolso de tanque, tome aire profundo y a seguir… Las gotitas crecieron, y crecieron… para completar la postal, se cruzaban unos rayos horizontales de un lado al otro del horizonte frente a mí y a Motante que parecían manos de brujas con unos dedos tan eléctricos como infinitos. Era notorio como los automovilistas que iban en sentido contrario, como los que nos pasaban, se quedaban viéndonos a Motante y a mí tan briosos y decididos capeando la coyuntura. A medida que avanzaba me sentía más seguro, con toda la precaución, pero no es muy diferente a manejar un auto en esos trances, lo único que realmente me creaba incertidumbre era como enfrentar un granizo grueso como el que me destrozo una vez el auto, pero como no estaba en los planes sufrir, y sí pasarla bien, seguro que esta vez no granizaría de esa forma, imposible, nadie muere en la víspera. Diluvió un rato, luego unos chaparrones intermitentes, unos con más intensidad, otros menos, más duraderos unos y más breves los otros, una granizada suave, y el viento al fin soplando fuerte para llevarse las nubes y esos dedos embrujados para otro lado.

Con el trasero mojado, las manos y parte de los brazos con las mismas humedades, y el vientito soplando de frente, se tornó frescolari…, por suerte tenía un horizonte a la vista con una claridad que auguraba resplandor, y así fue, terminada la tormenta, y después de una hora un tanto gélida, con los primeros rayos paré delante de una tranquera que se prestó gentilmente a hacer de tender, donde extendí la campera, los guantes y otras partes al reconfortante febo. Después de unos mates, unas nueces, y con la ropa si bien no seca del todo, al menos más soportable, continué viaje con la seguridad de que mientras siga el sol junto con el vientito, arriba de Motante se terminaría de secar todo en un rato, y así fue, o algo parecido… los calzones no recibían ningún rayo de sol, evidentemente.

Otro capítulo de viajar en moto, es la reacción de la gente. En principio, cuando llegaba a cualquier lugar miraban con cara de desconfianza, cosa que con el martilleo de las crónicas policiales es comprensible tener motochorros incrustados en la retina…, en cuanto me sacaba el casco y saludaba, ya se iban aflojando, bajando la guardia, y a los dos minutos ya habiendo preguntado de donde venía. La expresión: -¿DEEE DOOOONNNDE? Era una constante… Pero lo más lindo, es que cuando les contaba como empezó toda esta historia, y confesaba mi decisión de al haber cumplido los 60 años comprar la moto y preparar un viaje, cosa que hacía tiempo venía queriendo hacer, y que estaba seguro era “ahora o nunca”…, en todos veía como les empezaban a brillar los ojitos, enseguida arrancaban a comentarme de sus sueños y de cosas o proyectos que quizás ni ellos sabían en forma consciente dos segundos antes. Muy linda experiencia.

Después de tantos kilómetros de vivencias, llegó la hora del regreso. Antes de llegar a Mar de Ajó, viniendo por la ruta ya encendí la Gopro, dí vuelta a la rotonda de ingreso al pueblo, encaré al cartel gigante de acero que dice “Mar de Ajó”, y como venía nomás subí al pasto, clavé las guampas de Motante… y sin sacarme el casco, ante la mirada atónita de una familia de turistas que estaba por fotografiarse ante el cartel…, y los policías de la caminera que observaban como para retarme…, me planté delante de Motante con el cartel de fondo, alcé los puños en alto varias veces…, cada vez más altos…, y me salió un… -¡SIIIII, CARAJO! Acompañado de una especie de Sapucay, desde lo más profundo y guardado, que se nota estaba ahí desde hacía largo tiempo.

Subí a Motante, arranqué para el pueblo, saludé con un pip de bocina a la policía femenina que siguió mi secuencia y se sonreía…, y todavía hoy…, unos días después de concluido el viaje…, lo sigo festejando.

¡¡Salud!!


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