Caravelle

por Ernesto Palner

El reclamo de Ivette, era básicamente el mismo desde hacía mucho tiempo, y él consideraba que con mucha razón por cierto. A ella le resultaba muy difícil convivir con una persona deprimida y sin ganas de vivir, con un constante desgano por todo; la entendía perfectamente, y por ese motivo se había propuesto terminar la relación, pero terminarla de una forma que ella no sienta ninguna culpa por la separación, que la responsabilidad cayera enteramente sobre él, que en definitiva era el que tenía tantos conflictos existenciales sin resolver, ó sin ganas de resolverlos.

Preparó su vehículo, le dijo a Ivette que iba a pasar un par de días en la casa de unos amigos cerca de Perpignan, lugar donde él había vivido de joven, y donde vivía aún una compañera de facultad de la cual Ivette pensaba que él seguía enamorado. El par de días se transformaron en meses, con cartas cada vez más lejanas y más indiferentes. Ivette, después de esperarlo más de un año, y tratando de recuperarlo, le advirtió que si no regresaba a París para estar con ella, se volvería a Vierzon. La idea de no volver a ver a Ivette le hizo temblar todo el cuerpo, pero tenía que ponerla a salvo de él y su depresión incurable, sería mucho mejor para ella.

Dejó pasar los días tratando de no estar sólo, visitando viejos amigos y recorriendo los alrededores. Imprevistamente, se imaginó con Ivette retomando su viejo trabajo de titiriteros, se preguntaba por qué no empezar de nuevo, por qué no intentar recuperar su vida y su compañera de tantas vivencias. En muy pocos días tenía escritos varios libretos con nuevos cuentos para las funciones de títeres, la vida empezaba a interesarle y a tomar color nuevamente, sentía que tenía que retener a Ivette, sin su amor, definitivamente se acababa su interés por la vida.

Decidido, preparó sus cosas y su viejo Caravelle, tenía que llegar a París lo más pronto posible para compartir con Ivette sus ideas y nuevos proyectos que seguramente cambiarían sus vidas retornando los días tan felices que habían vivido. Recorrió muchos kilómetros, con la grave incertidumbre de saber si llegaría a tiempo para retenerla, sabía que los domingos la entrada a París por la autopista del sur era muy concurrida, pero tenía que intentarlo de cualquier manera.

Imprevistamente, apenas salidos de Fontainbleau, se detuvo el tránsito en todos los carriles, recorrían algunos metros al paso y volvían a detenerse, otro tanto al paso, y nuevas detenciones, cada vez más prolongadas. Pasaban las horas y no avanzaba, no podía ser real, no podía estar pasándole esto, tenía que llegar a París cuanto antes.

Miraba a su izquierda buscando cómplices que entendieran su desesperación, pero encontraba una pareja en un Peugeot 203 con su felicidad avícola y su niñita; miraba a su derecha y había un Volkswagen que conducía un soldado, seguramente recién casado, muy feliz con su nueva esposa; si miraba al frente, había un Peugeot 404 con un ingeniero joven y muy sociable, tratando de conquistar a la muchacha que conducía el Dauphine de su izquierda. Más adelante todavía, adelante del 404 del ingeniero, unos muchachos en un Simca, escuchaban una música estridente a todo volumen y reían a carcajadas continuamente, como si estuvieran en una fiesta. Las únicas recatadas, y que realmente ponían interés en que el tráfico avance manteniéndose en su Citroen 2HP, eran dos monjas que estaban adelante del VW del soldado. Si se mantuvieran todos en sus autos, y con la firme voluntad de avanzar, en vez de estar hablando, comiendo, y riendo, tal vez lograrían continuar sus caminos.

Parecía que todos los que lo rodeaban, a pesar de estar estancados en esa autopista, no comprendían que su vida dependía de llegar a París a tiempo para no perder a Ivette; todos exhalaban vida y felicidad pese al contratiempo, eso lo deprimía cada vez más, no quería hablar con nadie, ni sonreírle a nadie; no quería comer ni beber compartiendo lo que tenían, como hacían todos; solamente quería llegar a Ivette, por esta vez y en mucho tiempo, quería una oportunidad de vivir, de sentir ganas de vivir.

Pasaban los días, las noches, y él seguía firme en el volante de su Caravelle, con la vista fija hacia adelante. Poco a poco, la ilusión de encontrar a Ivette todavía en París, se fue diluyendo. También la idea de empezar nuevamente con su oficio de titiritero, se fue esfumando. Los años, le caían a baldazos sobre su cuerpo a cada minuto que pasaba anclado en esa autopista, su cabeza empezaba a pesarle cada vez más, los brazos y las manos fijos al volante, pero con un peso infernal é insostenible sobre todo el cuerpo.

Cuando el ingeniero del 404, que era quien más recorría los autos vecinos, se acercó al Caravelle, notó que ese hombre callado, serio, y que no había compartido más que algunas palabras con los demás, estaba apoyado sobre el parabrisas mucho más pálido é inmóvil que lo habitual. Junto con el soldado del VW, llamaron a un médico que estaba unos autos más adelante. El hombre del Caravelle, tan pálido y serio, se había envenenado.

Los amigos de Perpignan, devolvieron una carta dirigida a él, enviada por Ivette, y que había llegado un tiempo después que el hombre del Caravelle volviera a París. Ivette la recibió, desilusionada por no tener respuesta de la persona que amó toda la vida, y a quién siguió esperando por siempre.

Consecuencias de la «La Autopista del Sur», de Julio Cortázar

Ernesto Palner

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Si bien este espacio es para poder sacar algunas ideas, acomodar alguna neurona, y tratar de despegar un poquito de la realidad que generalmente me empuja contra el suelo… tu opinión ó comentario siempre será muy bien recibido.

Muchas gracias por el tiempo que empleaste llegando hasta acá, espero haberte dejado algún sentimiento, una idea, ó algo a cambio.

Salute!

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